Wednesday, August 13, 2014

Elige vivir.

Como es de todos sabido y según su esposa ha permitido que se haga público, el afamado actor Robin Williams decidió quitarse la vida. Sucesos como estos, que conmocionan a la opinión pública, traen inevitablemente consigo una pregunta: ¿cómo es que alguien con tanta fama, prestigio, dinero, comodidades y lujos, puede llegar al punto de tomar semejante decisión?

Hace un par de años, mientras caminaba con mis padres por las calles de Nueva York, una multitud miraba hacia un edificio en cuya cima se podía ver a un hombre sentado sobre el borde. Los telediarios informaron más tarde que se trataba de un hombre que quería suicidarse a causa de que una editorial se había rehusado a publicar un libro de su autoría.

En tiempos de Jesús fue uno de sus discípulos, el apóstol llamado Judas Iscariote, quien tomó esa misma decisión. La decepción que se provocó a sí mismo al haber entregado a un hombre inocente abatió su conciencia a tal grado que no pudo resistir, de modo que prefirió quitarse la vida antes que seguir viviendo con tan amargo recuerdo.

Un famoso como Williams, un hombre afrontando el fracaso como el suicida del edificio en Nueva York, y un religioso que anduvo con Jesús durante tres años como Judas Iscariote, los tres, tienen algo en común: eligieron morir. ¿Por qué?

Propongo tres respuestas a tal interrogante:

1-     Porque la razón de vivir no está en lo que posees.
2-    Porque la razón de vivir no está dentro de ti.
3-    Porque la razón de vivir no está en tu propia búsqueda de Dios.


La razón de vivir no está en lo que posees.

Durante su andar entre nosotros, Jesús nos dejó valiosas lecciones sobre nuestro propio caminar en este mundo. Una de ellas tiene que ver con la satisfacción y el contentamiento. La insatisfacción es uno de los peligros más graves y ocultos en el corazón del hombre; es el pecado que no se ve, el décimo del decálogo: la codicia. Si te dejas llevar por la codicia, sentirás que nunca tienes lo suficiente, y que lo que quieres es inalcanzable. La codicia produce neblina alrededor del precipicio, nubla y enceguece el buen juicio. Uno de sus síntomas es la avaricia, que no consiste solamente en negarte a compartir lo que tienes, sino sobre todo en creer que lo que posees le da valor a tu vida. Es por eso que Jesús nos enseñó:

“Miren, y guárdense de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. (Lucas 12:15).

Jesús quería producir en nosotros la convicción de que la abundancia de bienes no puede convertirse en nuestra razón para vivir, pues si lo fuera, estaríamos permanentemente insatisfechos, dado que aún el hombre más rico siempre puede tener más. Todo creyente, sin embargo, lucha contra la inclinación carnal de afanarse todos los días por la obtención de posesiones para la vida, razón por la cual Jesús advirtió y animó a los suyos diciendo:

“No se afanen por su vida, qué comerán; ni por el cuerpo, qué vestirán. La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido”. (Lucas 12:22-23).

Nuestra razón de vivir, ciertamente, tiene que ver con lo que atesoramos cada día. Es por eso que nuestro tesoro debe ser Dios. Y Dios solamente.

“Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. (Lucas 12:34).


La razón de vivir no está dentro de ti.

Cuando llega el desánimo, vienen también los imparables cuestionamientos internos. Y con ellos, también, razones de sobra para desear la muerte. En tales circunstancias queda claro que la razón de vivir no puede estar dentro de nosotros.

“El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”.  (1 Juan 5:12).

Sólo se puede decir que tienes la vida si Cristo está en ti. Si tienes a Cristo y tienes la vida, entonces aprecias la vida a pesar de las dificultades. Es entonces cuando las tempestades y los fracasos que sufrimos cobran sentido: las pérdidas, el dolor, las pruebas y las tribulaciones que padecemos contribuyen a formar el carácter de Cristo en nuestras vidas. Sin él, todo parece acabado; con él, todo es formación. Sin él, todo luce vacío; con él, todo está completo.

Judas por su parte, careciendo del Hijo, se ahorcó en un madero porque la ley demanda que el agresor sufra el mismo castigo que su víctima inocente, que en este caso fue entregada a morir en un madero. Sin Cristo, Judas tomó el castigo y se condenó al mismo infierno. Con Cristo, Judas habría corrido a refugiarse a la cruz, al madero donde nuestro sustituto llevó sobre sí el pecado del engaño y de la traición para que todo aquel que en Él cree tenga vida. Es claro que Judas se quitó la vida porque trató de encontrar en sí mismo lo que sólo puede ser hallado en la cruz: la razón de vivir que sólo está en Cristo.


La razón de vivir no está en tu propia búsqueda de Dios.

Muchos buscan a Dios “a su manera”. Pero a su manera, jamás lo encontrarán. Dios no sólo está en las bendiciones, o en las respuestas a nuestras oraciones. Dios no sólo está cuando todo sale bien, o cuando alguien a quien amamos sana de su enfermedad. Dios no sólo está cuando todo funciona, o cuando alguien nos provee el dinero o el bien material que necesitábamos. Dios no sólo está cuando nosotros queremos que esté. Dios está siempre.

Todos dicen amar a Dios cuando todo está a su favor, cuando este mundo les sonríe, cuando todo marcha viento en popa. Pero cuando las cosas salen al revés, cuando viene la adversidad, muchos terminan por pensar que Dios es un mito, o que sólo reinó en los buenos tiempos. En contraste, luego del peor momento de su vida, el gran rey Nabucodonosor expresó:

“Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según us voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35)


Es Dios quien busca al hombre. No es el hombre quien busca a Dios. Si alguien está perdido y es hallado, este es el hombre. No Dios. Por tanto, no es tu propia búsqueda de Dios, ni tu propio concepto de él, ni tu manera de relacionarte con él, lo que le dará sentido a tu vida. La razón de vivir, pues, no está en lo que posees, tampoco está dentro de ti, ni en tu propia búsqueda de Dios. La única y verdadera razón de vivir en este mundo es Cristo, Aquel que dejó su trono en el cielo y bajó a buscarte. Porque el perdido aquí eras tú. ¡Elige vivir!