“Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre
mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se
dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay
entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio
de aguas para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me
acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que
hay sobre la tierra.” (Génesis 9: 13-16)
Por causa de la
maldad humana, Dios había hecho perecer bajo las aguas a todos, salvo a Noé y a
los suyos, en total, ocho personas (1Pedro 3:20). Nunca más lo hará. No de ese
modo. Parece imposible a los ojos de la ciencia, pero sabemos por las
Escrituras que hasta entonces no había llovido en la tierra (Génesis 2:5-6), lo
cual explica que la gente no creyera a Noé durante el largo período en que
construyó el arca (2Pedro 3:3-7). Así, sin lluvia, ningún hombre había visto
tampoco lo que hoy llamamos el “arcoíris”, un fenómeno físico que presenta los diversos
colores del espectro solar y que aparece a veces en el cielo debido a la
refracción y reflexión de la luz del sol en las gotas de lluvia contenidas en
la atmósfera y que unidas forman nubes. Según el relato del Génesis, el Creador
de todas las cosas lo diseñó y lo puso en el cielo como un recordatorio
continuo de su promesa de no volver a destruir a la humanidad con una
inundación.
¿Por qué un arco?
La palabra arco, usada
tres veces en Génesis 9:13-16, es la misma que se emplea en muchas otras
porciones de las Escrituras para referirse al arco con que se lanzan flechas, un
arma de guerra destinada a producir la muerte de los enemigos (v.g. Génesis
21:20, 27:3, 48:22, Josué 24:12, 1Samuel 18:4, 2Samuel 1:22, 22:35, 1Reyes
22:34). Este es un poderoso y vivo recuerdo del poderío divino trayendo juicio
mortal contra todos aquellos que persisten en su propia maldad y se revelan así
contra Él. Dios, pues, mantiene hasta hoy en exhibición, en lo alto, una
representación de sus armas de guerra, en recuerdo de que ha prometido
abstenerse de usar una de ellas para destruir a la humanidad en su conjunto.
Esta portentosa señal
en el cielo muestra, así, que el Dios del universo ha decidido
misericordiosamente detener su mano y no desplegar su poder para hacer morir a
la humanidad bajo el agua, a pesar de merecerlo “por cuanto todos pecaron”
(Romanos 3:23). Sin embargo, Dios aún
puede traer -y de hecho traerá- juicio de muerte contra los que se resisten a
la fe, no se arrepienten de su maldad, aborrecen la luz y no vienen “a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas” (Juan 3:20). Sin ir más lejos, años más tarde, Dios hizo
llover fuego y azufre contra las ciudades de Sodoma y Gomorra a causa de la
irrefrenable maldad de sus habitantes (Génesis 19: 24-25). Hoy, haciendo eco de
las advertencias de Jesús luego de la calamidad sufrida por unos galileos, no
podemos pensar que aquellos hombres “porque
padecieron tales cosas, eran más pecadores” que nosotros. “Les digo: No, –añadió el Señor- antes, si no se arrepienten, todos perecerán
igualmente” (Lucas 13: 2-3).
Un arma en la bandera
En tiempos
recientes, desde hace unos cuarenta años, aquel arco puesto en las nubes ha
venido siendo empleado como bandera del denominado movimiento LGBT (lésbico,
gay, bisexual, transgénero) y como símbolo del llamado “orgullo homosexual”.
Sus diferentes colores simbolizan, desde la particular perspectiva de sus
integrantes, la diversidad; en concreto, la amplia gama de posibilidades en el
ámbito de las preferencias sexuales humanas.
¡Los defensores y
promotores de estos estilos de vida alternativos han puesto en su estandarte el
símbolo del poderío de Dios contra los pecadores! ¡Han tomado por bandera la
representación de las armas divinas que el Señor -por ahora- no está usando
contra los transgresores que pueden verlas todavía!
En su segunda
carta, el apóstol Pedro escribió bajo inspiración divina que “en los postreros días” vendrían “burladores, andando según sus propias
concupiscencias” que pondrían en duda que el Señor vaya a volver para
juzgar a la humanidad. Y agregó: “estos
ignoran voluntariamente que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra
de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua
subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los
cielos y la tierra que existen ahora están reservados por la misma palabra,
guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres
impíos” (2Pedro 3: 3-7)
Dios pues, no
volverá a inundar la tierra, ¡pero un día va a hacerla perecer en el fuego! Y su
arco en las nubes, lejos de indicar su beneplácito con la diversidad de formas
en que se puede pecar contra él -sean sexuales o de cualquier otro tipo-, debe
ser un recordatorio constante de que el Señor cumple siempre sus promesas:
tanto las relacionadas con su misericordia, como las asociadas a su justicia. Y
que “el día del Señor vendrá como ladrón
en la noche, en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los
elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay
serán quemadas”. (2Pedro 3:10)
Mirando el arcoíris
Por tanto, todos
deberíamos ver el arcoíris como una muestra gloriosa de la misericordia de
Dios, por la cual “no hemos sido
consumidos” (Lamentaciones 3:22). Lejos de avalar la diversidad de pecados
que el hombre de hecho comete en cualquiera de sus esferas, el arco de Dios apunta
más bien hacia “las riquezas de su
benignidad, paciencia y longanimidad” que muchos menosprecian en lugar de
dejarse guiar por ellas “al
arrepentimiento”. Por tal “dureza”
y “corazón no arrepentido”, los que
persisten en afrentar a Dios atesoran para sí mismos “ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios,
el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que perseveran
en bien hacer… pero ira, enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la
verdad… tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo… pero
gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno”, sea éste quien fuere
(Romanos 2:1-11).
Usar la
misericordia de Dios como símbolo de orgullo por el pecado es, sin duda, la
peor de las blasfemias. “Dios es
juez justo, y… está airado contra el impío todos los días. Si no se arrepiente,
él afilará su espada; armado tiene ya su arco, y lo ha preparado.
Asimismo ha preparado armas de muerte…” (Salmo 7: 11-13). No es falta de
amor decirlo. Sería falta de amor callarlo. Oh, que esta sea una advertencia a
tiempo para que todo hombre, sea cual fuere su maldad, busque “a Dios mientras puede ser hallado”, y le
llame “en tanto que está cercano”
(Isaías 55:6), recordando que Él envió a su Hijo a morir en una cruz para
llevar sobre sí el peso de los pecados de todo aquel que en él cree, para
librarles del justo pago por su maldad, dándoles en cambio el regalo de la vida
nueva y eterna en Él.
El juicio de Dios
ciertamente está en pausa. Pero un día, vendrá. “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis
vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos
para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán
deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2Pedro 3:11-12).
Y “¡Horrenda cosa es caer
en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31)
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5:8)